Buenos Aires.
Jorge Mario Bergoglio llegó al sacerdocio a los 32 años, casi una década
después de perder un pulmón por una enfermedad respiratoria y de
dejar sus estudios de química. Pero pese a su ingreso tardío, en
menos de cuatro años llegó a liderar la congregación jesuita
local, un cargo que ejerció de 1973 a 1979. Su ascenso coincidió
con uno de los períodos más oscuros de Argentina, lo que le deparó
fuertes críticas: la dictadura militar que gobernó el país entre
1976 y 1982.
El cuestionamiento remite
al secuestro de dos jesuitas detenidos clandestinamente por el
gobierno de facto por hacer tareas sociales en barriadas de
extrema pobreza. Según la acusación, Bergoglio les retiró la
protección de su orden religiosa. Ambos párrocos sobrevivieron a un
encierro de cinco meses.
El señalamiento consta
en el libro El silencio del periodista Horacio Verbitsky,
también presidente de la entidad privada defensora de los derechos
humanos CELS. Se apoya en manifestaciones de Orlando Yorio, uno de
los jesuitas secuestrados, antes de fallecer por causas naturales en
2000.
“La historia lo
condena: lo muestra como alguien opuesto a todas las experiencias
innovadoras de la Iglesia y sobre todo, en la época de la dictadura,
lo muestra muy cercano al poder militar”, señaló tiempo atrás el
sociólogo Fortunato Mallimacci, ex decano de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Además, Jorge Bergoglio fue citado por la justicia
de Argentina como testigo en el caso que juzgaba a responsables del
plan sistemático de apropiación de menores hijos de desaparecidos
durante la pasada dictadura militar.
Los detractores de esa
postura sostienen que no está probada y que, por el contrario,
Bergoglio ayudó a muchos a escapar de las fuerzas armadas durante
los años de plomo.
En el Vaticano, lejos de
la mancha ignominiosa de la dictadura que aún sobrevuela sobre
muchos de los que tuvieron actividad pública en esa etapa de
Argentina, se espera que este hombre silencioso conduzca la
estructura de la iglesia con mano férrea y con una marcada
preocupación social.
Los políticos argentinos
fueron varias veces blanco de la retórica filosa del sacerdote, que
los ha acusado de no combatir la pobreza y querer enquistarse en el
poder.
En el 2010, también se
enfrentó al Gobierno de la presidenta Cristina Fernández cuando
impulsó una ley para permitir el matrimonio entre personas del mismo
sexo.
“No seamos ingenuos: no
se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva
al plan de Dios”, escribió Bergoglio en una carta días antes de
que el proyecto fuera aprobado por el Congreso.
Cardenal desde 1998,
muchos de los pares que eligieron a Bergoglio lo conocieron por su
inesperada y reconocida actuación de relator durante el Sínodo de
purpurados del 2001.
Hijo de un hogar de clase
media con cinco hijos, de padre ferroviario y madre ama de casa, poco
afecto a aceptar invitaciones privadas y poseedor de un “pensamiento
táctico”, según los especialistas, ahora deberá presentar sus
credenciales ante más de mil millones de católicos.
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