Los bocones, ¿a qué le teme GoMon?

Dice no temer a sus enemigos pues se interpone entre ellos y los suyos. Enseguida agregó, no sin un tonito dramático que pareciera anunciaba la confirmación de la existencia del chupacabras, que al fin el narco había plantado cara a las autoridades y era tiempo de responder. El autor de lo anterior fue, quien más, Gómez Mont en una conferencia.
Es posible que su sobrado valor se deba al mismo ejército de elementos del estado mayor con el que cuenta como protector de su retaguardia. Pero no es raro escuchar al secretario, quien a veces desempeña como testigo de honor en algunos oscuros tratos, sus cada vez más frecuentes bravatas, en especial cuando en los hechos sucede todo lo contrario.

No sólo el narco ha plantado cara al gobierno federal sino que lleva haciéndolo desde hace 22 mil muertos de las formas más atronadoras que existen. ¿Acaso el secretario apenas va enterándose de los descabezados, desmembrados, destazados y otros guisos propios de la cocina nacional del buen narco? Creo que las declaraciones de GoMon (Julio Hernández dixit) no sólo llegan a destiempo pues además se agravan por su intentona de sorprender con un diagnóstico evidentemente tardío. De que si tiene o no miedo hay dos formas de leer esa declaración para saber que trato de decir con ello: una es la de la explicación no pedida que pone de manifiesto el plausible temor del secretario a algún tipo de atentado, la otra lectura es la del mensaje entre líneas que daría a alguno de sus enemigos que se han visto afectados por sus políticas (sobre todo partidistas), enemigos entre los que puede haber no necesariamente narcos sino algún político algo molesto. Sin embargo y después de todo sigo dudando de lo anterior y considero que sus dichos no son más que bravuconadas propias de quien anda borracho. Y es que si GoMon no teme siquiera a la furia e indignación de las decenas de miles de muertos, resultado de la fallida estrategia guerrerista de su diminuto patrón, entonces está difícil que le tema a algo, no por que sea por si mismo valiente, sino por su desbordante cinismo.